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Donde nos Ubicamos

 

 

Somos el Restaurante que se ubica en el punto más alto del pueblo, el más apartado, el más retirado, el más separado, el más perdido, el más solitario. Estamos a la salida del pueblo pero en su lugar más elevado. En el paraje más escondido, el más camuflado, el más disimulado de la provincia de Madrid según reza la leyenda, donde se dice que ni Napoleón ni nadie lo encontró, aunque ésta historia nunca aclara si tan siquiera alguien lo buscó.

Dentro del pueblo estamos justo en la confluencia de tres calles que se unen para formar la Piazza del Popolo patonero, la que aquí llamamos Plaza de Rulo, pues en ella se conserva el único Rulo que ha quedado de las antiguas faenas agrícolas que se desarrollaron en las Eras contiguas, desde tiempos inmemoriales, hasta hace unos treinta años.

Nuestro edificio, tu Restaurante está justo en el borde, en el límite, en la posición a partir de la cual no hay nada y donde antes justo de salir, lo tienes todo inmerso en el vergel organizado en este lugar por la dueña. Un jardín pensado para generar un microclima y el descanso de todos aquellos aventureros o no, que vienen de ahí o que no desean adentrarse en el silencio de los montes. Para todos aquellos que deseen quedarse en la tranquilidad de un pueblo inmóvil que se yergue enclaustrado entre las lomas del valle que lo conforma, se hizo esta Terraza-jardín. 

Precisamente Las Eras, Restaurante está entre medias de las características plataformas para labores agrícolas que se denominan Eras, en torno a las cuales se yergue la torre y la terraza del Restaurante, que le da el nombre al espacio en el que les esperamos, pues a partir de sus paredes ya no hay casas habitables, ni construcciones agropecuarias, solo y exclusivamente las Eras y los montes, con todas sus peculiaridades inertes.  Ciervos, zorros, jabalíes y caracoles, salamandras, mirlos o lagartijas y toda la fauna que ha podido crecer entre tanto macizo, así como la vegetación que -sin ser exuberante- es omnipresente en la zona. Si lo que hay más allá no quieres verlo, o no quieres sufrirlo o sencillamente solo quieres contemplarlo, quédate en la magnífica terraza atalaya repleta de vegetación exuberante, para que “la tierra se te haga leve”. 

Estamos en un pueblo que está asentado sobre un suelo que es roca y solo roca, donde afloran los macizos pizarrosos y calcáreos que rodea al Restaurante por todos los lados, pero donde no crecen grandes ejemplares arbóreos por falta de espacio para desarrollarse. El jardín de la Torre del Restaurante, toda cubierta de yedra y otras plantas trepadoras, en cambio contiene todos los aromas y esencias que despide un jardín muy bien regado y mantenido, con el que se pretende ofrecer a sus clientes un remanso de vida lenta, en contraste con las asperezas del paisaje de las montañas de Guadarrama -en esta zona- de poca sedimentación y mucha roca.

El Restaurante las Eras hace las funciones de Oasis en verano y de Refugio en invierno, pues es un vergel fresco y abundante en el estío o un lugar cálido con un hogar siempre concentrado apto para la hibernación en el frío, que ha preparado una dueña que con treinta años de experiencia y permanencia en este lugar ha conseguido ofrecer sin esfuerzo. 

El asombroso contraste que uno no espera encontrar detrás de unos muros tan mimetizados con el paisaje de la zona, con tanto verdor y frescura, es la sorpresa. Las obras de artes que se cuelgan de sus paredes el resto. 

El Restaurante las Eras permite la conquista del solaz, el refresco y la pausa sin prisa, esa que mejor acaricia la psicología profunda de viandantes, caminantes, visitantes, residentes en las 70 plazas de Hotel que ofrecen otros establecimientos en el pueblo o los turistas de a pié o de un día.

El edificio se dispuso en origen entre y enfrente de  estos famosos aterrazamientos irregulares que caracterizan al pueblo, arrejuntadas y acoplados en las faldas de los montes que lo circundan, donde los vecinos llevaban el trigo para ser triturado, aventado y seleccionado, y que eran propiedad -cada una de ellas- de una familia diferente.  Actualmente en este lugar se agrupan con tal densidad estas Eras, que han merecido la protección equivalente de Monumento Histórico-Artístico que usted puede apreciar en el mismo corazón de su presencia.

Nuestro Restaurante está junto al arranque del camino que se pierde en dirección a la Ciudad Perdida Romana del Cerro de la Oliva, asentamiento que se ha conservado en el imaginario colectivo de los últimos habitantes originales del pueblo, ya todos emigrados, como un lugar lejano y extraviado en la memoria que nadie ha visto, pero del que todos hablan, diciendo que saben que todos provienen de un pueblo perdido al que se llega desde este camino, pero que nadie ha hecho por asociar a la Ciudad Romana y Visigoda a la que se llega después de mucho andar.

Ese mismo camino que arranca del Restaurante las Eras, lleva a los asentamientos múltiples de la Edad del Bronce y del Hierro o las cuevas con muestras de habitación rupestre, que se ubican en los cortados por donde corren los arroyos que rompen el macizo calcáreo dispuesto haciendo de borde o frontera geológica entre sus acantilados y la cañada principal de paso de ganado estante y  trashumante, ya desaparecido, como casi todo lo que ocurría en estas montañas junto a la vega del Río Jarama.

En este lugar se da cita una desconocida comunidad de escurridizos monjes eremíticos que, con voto de silencio evidente, algunas veces dejan ver algunos de sus miembros consumiendo “nada” en su terraza, leyendo y bebiendo agua abundante, donde realizan así el máximo acto que la regla identifica como adecuado para la realización de una cierta relación social con el entorno humano inmediato. Sobre todo se les suele ver cuando las jornadas musicales que patrocina el Restaurante Las Eras ocurren, aunque -para esto- no demuestran una gran regularidad, pues muchas veces se les ve leyendo en las inmediaciones del Restaurante o sentados por la Noche en el Rulo de la plaza, sin hablar con nadie.

A su vez en este lugar se da cita otra comunidad más escurridiza todavía. La componen muchas de las personas que trabajan o que colaboran o que aportan algún tipo de experiencia a este lugar y a este pueblo, extraídos del sector de las artes, las letras y las ciencias, vecinos o asociados a estos, que encuentran en los días y las noches en este lugar, el recodo y descanso al camino psicológico interminable -que aquí tiene su fonda- para el que todos saben que no hay estación final, pero que encuentran en el sitio, y en el lugar, el sosiego que a veces da la compañía o el compartir, cuando deciden salir de sus paraísos interminables dentro de sus casas de piedra y exhibirse en el interior o en las proximidades de un lugar público.

Nosotros ya estamos y ustedes nunca han estado, vengan a verlo. Nosotros no nos queremos ir, ustedes pueden querer conocernos, les esperamos. Nosotros vivimos aquí y ustedes pueden venir a ver si es cierto,…. mientras tanto…. seguiremos, desde El Restaurante Las Eras,… ofreciendo comida a los ciervos y gamos, así como bebidas simples a monjes y novicios, y.. conversación y amparo a los atormentados a la espera de que una persona como usted desee ver la calma que se respira en el lugar más callado de España, con las viandas más reconfortantes para un verano caluroso o la comida más elegante para una noche de verano, que ustedes pretendan que sea perfecta.

 

texto por Enrique

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